Tras la caída de emisiones de CO2, ¿habrá una recaída?
En lo que respecta al clima, una golondrina no hace verano, pero nunca se había visto nada igual en la historia.
Tras la caída de emisiones de CO2, ¿habrá una recaída?
En lo que respecta al clima, una golondrina no hace verano, pero nunca se había visto nada igual en la historia.
La disminución de las emisiones de CO2 y del consumo energético relacionado con la crisis de la covid-19 no tienen precedentes. Ni las crisis del petróleo de 1973 y 1979, ni la crisis de 2009 tuvieron estos efectos. La empresa de consultoría Enerdata, que acaba de publicar su balance energético mundial anual, estima un descenso del 7,5% en el consumo energético mundial en 2020 y una disminución del 8,5% de las emisiones de CO2 relacionadas con la energía. Esto se debe, evidentemente, a una recesión mundial: el FMI estima una caída del PIB de un 3% en 2020.
La caída en Francia es aún más pronunciada, con un descenso de un 10% del consumo energético y de un 12% de las emisiones de CO2, cifras que se asemejan a la media europea. De hecho, el impacto económico en Europa ha sido mayor que en el resto del mundo (en mayo se estimó una caída del 8,2%, pero desde entonces se ha superado la cifra), debido a la magnitud de las medidas de confinamiento y al cese de actividad.
«Las emisiones de CO2 han disminuido mucho más que el consumo energético», señala Bruno Lapillone, uno de los autores del estudio y cofundador de Enerdata. A nivel mundial, la diferencia es de un punto porcentual, pero en Alemania es mucho mayor. ¿A qué se debe esta diferencia? «Al aumento de la proporción de energía libre de CO2 en la producción eléctrica», afirma el experto. Con la crisis, el consumo eléctrico en Europa ha disminuido aproximadamente un 10% en 2020. Si bien durante el confinamiento los hogares han consumido más electricidad que habitualmente, este aumento está lejos de haber compensado la caída en la industria. Cuando la demanda eléctrica baja, los suministradores de energía tienden a prescindir de los medios de producción cuyos costes marginales son más altos (centrales térmicas de carbón o de gas) y prefieren aquellos medios cuyos costes marginales son bajos o nulos (centrales nucleares, eólicas y paneles solares). Por ejemplo, en una eólica, la producción de un kW-h adicional no cuesta nada en comparación con los kW-h ya producidos, mientras que en una central energética que utiliza combustibles fósiles, hay que pagar el precio del combustible.
La reducción del consumo eléctrico debido al coronavirus ha supuesto que se utilicen en mayor medida medios de producción con un coste marginal bajo. En 2020, esto conllevará un aumento de los medios de producción libres de CO2, principalmente de las energías renovables. En Alemania, la proporción de energías renovables en la producción eléctrica podría pasar de un 42% en 2019 a un 49% en 2020. En Francia, se pasaría de un 21% a un 25%. Sin embargo, no hay que sacar conclusiones precipitadas de estas cifras: no son el resultado de un mayor uso de energías renovables, sino de una reducción temporal de la demanda de electricidad, que tiende a favorecer los medios con los costes marginales más bajos.
La disminución de las emisiones de CO2 en 2020 ha sido espectacular, pero no tendrá un gran impacto en el futuro. «Es la consecuencia directa del cese de la actividad y del aumento del peso relativo de las renovables en la producción eléctrica», insiste Bruno Lapillonne. «El efecto es temporal y se prevé un rebote con la reactivación del crecimiento en 2021. Lo único que queda por saber es el nivel de este crecimiento y su contenido de CO2 durante los próximos años.»
«Los cinco próximos años van a ser determinantes», afirma Pascal Charriau, presidente de Enerdata. Podríamos presenciar la vuelta a un statu quo anterior, es decir, un modelo de crecimiento insostenible que nos alejaría definitivamente del objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2⁰ C, en lugar de encaminarnos hacia una transición ecológica compatible con la protección del planeta. «Las medidas actuales de recuperación económica nos ofrecen unas oportunidades con las que no contábamos hace seis meses», observa Pascal Charriau, «y determinarán las tendencias a largo plazo». Sin embargo, hoy en día es imposible saber hacia qué lado se inclinará la balanza. Los poderes públicos, los ciudadanos y las empresas comparten la responsabilidad y se dividen entre los que quieren volver rápidamente al mundo anterior a la pandemia y los que prefieren aprovechar las oportunidades de esta crisis para impulsar la transición ecológica fomentando, por ejemplo, el teletrabajo y el transporte moderado en coche y en avión.
En cualquier caso, el informe energético de Enerdata muestra hasta qué punto el mundo previo a la crisis es incompatible con un calentamiento global inferior a 2⁰C. En la segunda década de siglo, las emisiones mundiales de CO2 han aumentado claramente a un ritmo inferior al de la primera, pero continúan creciendo en lugar de estabilizarse para después poder disminuir (ver la siguiente gráfica.)
La ligera disminución de las emisiones de CO2 de los países del G20 [1] en 2019 (0,4%), tras el rebote significativo de 2017 y 2018 es, desde luego, una buena noticia. Se debe principalmente a que los países de la OCDE han reducido su consumo de carbón (gráfica más abajo), sobre todo en Alemania y Reino Unido en favor de las energías renovables, y en Estados Unidos gracias al éxito del gas de lutita.
Sin embargo, el descenso de emisiones de CO2 producido el año pasado no debe darnos falsas esperanzas: sigue siendo insuficiente. Enerdata señala que, para conseguir mitigar los efectos del cambio climático, los países del G20 tendrían que reducir sus emisiones colectivas un 3,5% anual, es decir, la mitad de un «efecto coronavirus» al año. Aunque por supuesto, sin el desastre a nivel social.
Según la famosa expresión matemática «identidad de Kaya», las emisiones de CO2 relacionadas con la energía dependen de tres factores: el PIB (el nivel de consumo), la intensidad energética del PIB (la energía necesaria para producir una unidad de PIB) y el «factor carbono» (la cantidad de CO2 en una unidad de energía consumida). Ahora bien, apunta Pascal Charriau, «si hay que reducir las emisiones mundiales un 3,5% al año para alcanzar el objetivo de 2⁰C y al mismo tiempo mantener la hipótesis de un crecimiento económico de un 3% anual (el nivel de la última década), habría que reducir 6,5 puntos al año la intensidad del CO2 en la economía. Aún estamos muy lejos de eso.» Para alcanzar este objetivo, se podría reducir un 3,5% anual la intensidad energética y un 3% anual el factor carbono. Son avances que nunca antes se han conseguido, y aún estamos muy lejos. La intensidad energética ha disminuido aproximadamente un 1,5% anual de media en las dos últimas décadas y 2019 no ha alterado este dato. En lo que respecta al factor carbono, la media de los últimos cinco años se sitúa alrededor de un 0,5% anual y el récord conseguido en 2019, un descenso de un 1%, solo representa un tercio de lo que se debería conseguir.
Estas cifras desvelan una dura realidad: el ritmo del avance tecnológico que se ha conseguido estos últimos veinte años para minimizar el CO2 en la producción energética y utilizarla más eficazmente no es suficiente para alcanzar los objetivos climáticos. Probablemente la situación no cambie en los próximos cinco años, a pesar de que ahora es el momento adecuado para comprometerse a reducir las emisiones. En este sentido, será cada vez más difícil ignorar el tercer factor de la identidad de Kaya: reducir el PIB y, consecuentemente, redistribuir la riqueza.
[1] Representan cuatro de cada cinco emisiones mundiales.